Desde muy chica desarrollé la flexibilidad, primero entrenando gimnasia rítmica y luego con la danza.
La laxitud era una virtud aparentemente irrefutable, hasta que llegó el Ashtanga y con él, también Chaturanga a mi vida. Toda esa «blandura» ahora no servía para nada, era fragilidad, debilidad pura, desorden, caos, frustración, trabajar sobre la humildad: literalmente era imposible para mis brazos con cero tono muscular y mi estructura física hacer una sola tabla.
Me llevó cerca de 4 años de práctica regular poder resolverla de un modo medianamente digno (sin saltos ni ningún virtuosismo), pasando por sus variantes apoyando rodillas, muslos, bajando menos… Cada tabla es un desafío en cada práctica, es infinita y árida: el sostén interno de la cadera, la protección de las lumbares, la exhalación acompañando, el peso en las manos, el avance del pecho…
T-Rex: vamos juntos a la par.
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